Ya la luna está en lo más alto,
las estrellas desprenden centellantes,
el fulgor sublime de una fiesta.
A la puerta del salón,
la figura nerviosa de una niña
mordiéndose las uñas.
Lleva la luz del universo
en su sonrisa,
y en sus ojos, toda la ansiedad
del océano;
reflejada en una lágrima.
Puedo notar la emoción
de esta princesa, que me contagia.
Las luces de neon
reflejan aquel piso de mármol,
dispuesto a ser testigo del primer vals.
Los músicos, derrochan habilmente
mestría en las primeas notas,
la luz se vuelve tenue;
ya es hora.
La pequeña niña, ahora mas calmada
se adentra en la pista,
los reflectores, se posan sobre ella,
la gente, bate palmas.
Lentamente extiene su mano,
se inclina en reverencia,
las miradas se posan en la niña.
Un silencio se apodera del salón,
la figura de un hombre
aparece frente la pequeña,
corresponde en reverencia,
el baile, ha iniciado.
La gente va tomando lugar
junto a la pareja.
La niña se convirte en mujer,
pero seguirá siendo,
mi pequeña niña.
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